Niña Pastori. Desbordante en el Real
La trayectoria de Niña Pastori es tan amplia y fructífera que resulta imposible condensarla en unos cuantos párrafos. Son más de 20 años de crecimiento artístico y continua exploración creativa. Más de dos décadas asumiendo retos, enamorando al público a ambos lados del Atlántico, difuminando fronteras genéricas y obteniendo un reconocimiento unánime, de carácter transversal. La gaditana conquista por derecho, sin esfuerzo aparente, blandiendo ese arma infalible que es la naturalidad.
Su concierto en la tercera jornada del Universal Music Festival 2018, con todo el papel vendido y el público dispuesto a festejar desde el izado de telón, ha tenido ese componente de celebración que caracteriza a las citas verdaderamente señaladas. Cantar en el Teatro Real de Madrid rodeada de amigos y seres queridos no está alcance de cualquiera. Y se imponía aprovecharlo como es debido, que es justo lo que ha hecho nuestra protagonista, conduciendo con maestría un show único.
Arropada por un amplio dispositivo escénico e instrumental –que incluía una templadísima sección de metales, piano, percusiones y coros, además de una brillante banda base– la de San Fernando estuvo extraordinaria. Su interpretación siempre es sustantiva y rica en matices. Y la mixtura entre flamenco y pop –también Caribe– que precursores como Ketama acuñaron en la década de los ochenta, cuando ella era una cría, sigue siendo la especialidad de la casa.
Muy bien acompañada desde el principio, contó en esta velada tan especial –que ha quedado registrada en formato audiovisual para su posterior publicación– con las colaboraciones de amigos como India Martínez, Pastora Soler, Miguel Poveda, Antonio Orozco, Malú, Manuel Carrasco y Rosalía, quienes le acompañaron en algunas de las canciones clave de su discografía. “Ya no quiero ser”, henchida de flamencura, arrancó jaleos al público. Y cuando desgranó bulerías pudimos comprobar cómo el tiempo y la devoción hacia el oficio le ha llevado a profundizar en su arte, que siempre ha sido mucho.
La versatilidad –impresiona cómo cantó “Válgame Dios”, todo contención, en contraste con el poderío mostrado en “Yo tengo una cosa”– es uno de los rasgos que mejor definen a Niña Pastori. La franqueza con que ataca cada pieza, invistiendo de verdad su fraseo, le permite calar hasta el tuétano de la audiencia. El inicio del bis, con “Yo me he vuelto a enamorar” fue la mejor prueba de esa sutileza, esa serenidad, que cada día maneja mejor. Tras rematar el espectáculo en plena calentura con “Y para qué…”, reunió a la familia, a amigos y a parte de los invitados para convertir el escenario del Real en un tablao desbordante de pasión y hechizo. Una demostración de amor, confianza y generosidad de las que no se olvidan así como así. La liaron buena. Inenarrable.