Gregory Porter. Alma de club
Gregory Porter es un artista extraordinario. Tiene una voz preclara que destaca en el ámbito del jazz contemporáneo sin posible oposición. Y su presencia, ese imponente metro noventa, irradia la misma verdad que sus interpretaciones, un prodigio en el que emoción y poderío se funden en un cálido abrazo. Tiene el don, tiene el talento, el regalo de la naturaleza. Pero también atesora el bagaje necesario –la trayectoria vital– para trascender cualquier partitura, fundirse con la canción y hacer que el público viva en ella durante unos minutos.
Es un gigante, tanto por fuera como por dentro. Y lo ha demostrado en la cuarta jornada de Universal Music Festival 2018.
Porter también es compositor, aunque en su último trabajo discográfico rinde tributo a Nat “King” Cole, uno de los mayores interpretes del Gran Cancionero Americano. En su actuación, ha recorrido todos los rincones de su obra arropado por un quinteto con hechuras de club de jazz que incluía batería, contrabajo, piano, órgano Hammond y saxo. Y ha confirmado todas las sospechas respecto a su excepcionalidad.
Sobre la tarima, ejerce un liderazgo inteligente repartiendo protagonismo con sus compañeros, que siempre cumplen en los solos, dosifican con maestría las intensidades y acompañan al jefe con una brillantez ajena a cualquier estridencia, acentuando su lucimiento con una discreción digna de elogio.
El de California tampoco escatima en recursos. Posee uno de esos fraseos exactos que multiplican los efectos emocionales de la canción. Modula su estratosférica voz con el mejor de los criterios. Nunca hace alardes, pero cuando escala por las octavas te deja sin aliento. Tiene un tacto especial, muy preciso. Se nota que el góspel fue su primera escuela, que se curtió en Broadway, que la música ha jugado un papel crucial en su vida desde siempre.
Porter se ha salido en el Real. Ha empapado de vibración soul números como “Don’t Lose Your Steam”. Ha pellizcado todas las fibras sensibles con baladas como “Hey, Laura”. Ha establecido un fluido diálogo con el enfervorizado público gracias a “No Love Dying”. Ha conjugado espiritualidad y ritmo frenético –con todo el público acompañándole a las palmas– en la apoteósica “Liquid Spirit”. Ha resumido parte de su ideario estético a través de “Musical Genocide”.
Sentado a la vera del pianista Chip Crawford, ha bordado estándares popularizados en su momento por Nat “King” Cole como “(I Love You) For Sentimental Reasons” y la oscarizada “Mona Lisa”. El ganador de dos Premios Grammy ha estado a la altura de su reputación, poniendo en pie a todos los asistentes antes de un apoteósico bis en el que hemos escuchado “Quizás, quizás, quizás”. Tras cinco minutos de ovación, ha vuelto a salir para despachar “Free”, pletórica de fibra funk.