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James Rhodes. ¡Viva la música!

Conocido por la impactante autobiografía “Instrumental” y por el atípico método didáctico “Toca el piano”, James Rhodes es mucho más que un fenómeno del mundo editorial. Escritor, columnista, divulgador, concertista … el músico británico trasciende lo convencional y ha sido capaz de efectuar un inesperado crossover entre dos universos de naturaleza supuestamente antagónica: cultura pop y música clásica.

Su concierto en Universal Music Festival 2017 viene a confirmar dicha tesis de forma paradójica. Actúa en el Teatro Real de Madrid, el espacio que su naturaleza artística reclama, pero es el  único artista de estirpe clásica incluido en el cartel de un ciclo coprotagonizado en su mayoría por estrellas de la galaxia pop. Rhodes abomina del protocolo y procura transgredirlo a conciencia, pero quiere que la música de Bach, Mozart, Chopin o Beethoven llegue a cuanta más gente mejor.

Aparece en escena frente a sus nuevos vecinos, luciendo una camiseta cuya serigrafía no deja lugar a dudas: Bach. Acaba de mudarse a Madrid desde su Londres natal huyendo del nublado, el fish & chips y los titulares post-Brexit. Y ya se ha estrenado en el Real. Llegar y besar el santo, lo llaman.

La vocación pedagógica de Rhodes ha quedado clara desde el primer momento. Es un gran comunicador e introduce con desparpajo cada una de las obras que interpreta. Ha empezado con “Partita número 1 en si bemol mayor. BVW825”, compuesta por Johann Sebastian Bach para clave, a la que ha definido como “música que refresca el espíritu”. Razón no le falta. El final de su ejecución, cruzando manos sin perder precisión ni renunciar a la emoción, ha sido extraordinario.

Después ha sonado “Balada número 4 en fa menor Op.52” de Frédéric Chopin. Antes de atacar tan delicada y romántica partitura, Rhodes ha confesado que en su momento se prometió a sí mismo interpretar siempre una pieza del polaco en sus conciertos y ha resaltado el carácter revolucionario de su trabajo, la importancia de las inesperadas decisiones creativas que tomó y el talante insumiso del compositor.  La exigencia de la obra, que conjuga arrebato y dulzura de forma magistral, no le ha impedido brillar frente al teclado.

Para terminar, hemos escuchado “Chacona en re menor”. Otra vez Bach. “Fue la primera pieza clásica de la que me enamoré siendo crío”, ha confesado, antes de explicar su dramática génesis y de dar algunos apuntes sobre su imprevisible desarrollo. También ha recordado que el artífice de la transcripción para el piano fue el maestro italiano Ferrucio Busoni. En el tramo final, hemos vivido los momentos más bellos de la velada.

No se ha hecho esperar con los bises, que ha despachado en un tono más ligero, dedicando “O mio babbino caro” de Puccini a su mejor amigo, recordando a Beethoven con sentido del humor, volviendo a Bach a través del adagio “Marcello” y extrayendo el último movimiento de la Sonata para Piano nº 3 de Chopin. Cuando ha terminado, hemos agotado el cupo de aplausos. Bienvenido a Madrid, James.