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La inagotable sonrisa de Zaz irradia el Teatro Real de Madrid a su paso por Universal Music Festival

Figura rutilante de la galaxia pop europea desde hace algo más de un decenio, Zaz es ejemplo de artista consumada, capaz de emitir en la frecuencia de la cercanía sin esfuerzo aparente. Su concierto en la sexta edición de Universal Music Festival –de nuevo con el aforo del Teatro Real a pleno rendimiento, la ocasión sin duda lo merecía– permitió comprobar en la distancia corta y con generoso detalle los motivos de un estrellato capaz de trascender cualquier prejuicio idiomático o genérico, gracias a una dote creativa poco común. Zaz tiene una potente presencia escénica, una voz más que característica con la que es imposible no conectar y, sobre todo, maneja un cancionero irresistible y dúctil, en el que conjuga elementos del jazz, el soul, el legado manouche o las varietés, integrándolos en la riquísima tradición pop francesa con tanta naturalidad como eficacia.
La chanteuse de Tours venía a presentar “Isa”, álbum compuesto durante el confinamiento que protagonizó el sorprendente inicio de la actuación, con Zaz atravesando la platea mientras cantaba “Les jours heureux”. Desde ese momento –al que siguió una exultante interpretación de “Imagine”– se metió al público en el bolsillo. Y evidentemente no le escamoteó números esenciales de su cancionero como “Si jamais j’oublie”, “Qué vendrá” y su contagioso pulso latino, la vibrante “Comme ci comme ça” o esa incursión en el jazz gitano de “Les passants”, uno de los hitos más celebrados en una trayectoria a la que, visto lo visto, cuesta intuir techo.

Cuando aborda material ajeno como “Oublie Loulou” –estándar popularizado por Charles Aznavour que ella revisa en clave de scat vertiginoso– o “Paris sera toujours Paris” –clásico del music-hall que Maurice Chevalier invistió de eternidad– irradia talento de manera especialmente intensa. También en el turno del neo-swing “Laissez-moi”, del funk “On s’en remet jamais” o de la electrizante descarga alt-rock “Déterre”, en las que estableció diálogo con el público en un intercambio casi tribal, propulsado por el eficiente quinteto que la acompaña bajo los focos. Además, interpretó canciones fruto de su alianza artística con otra estrella del pop galo, Raphael Haroche, como “La fee”.

Hablamos de una artista en continuo avance que, a sus 42 años, atraviesa un envidiable momento de maduración y cuenta con el apoyo de un público cada vez más fiel y numeroso. Motivos para seguir sus pasos hay de sobra, porque Isabelle Geffroy es capaz de tocar todos los palos que cabe imaginar y de hacerlo siempre de forma brillante. Incluso su versión de “Clavelitos” –imperdible en el repertorio de cualquier tuna– dibujó sonrisas en los rostros más propensos a la seriedad y el recato. De hecho, el final del concierto fue ajeno a cualquier contención: el público abandonó sus butacas para bailar en el amplio espacio entre escenario y butacas a la altura de “On dira” y “Je veux”, convirtiendo el Teatro Real en una verdadera fiesta antes del bis articulado por la emotiva “Le chant des grives” y por el recuerdo a la eterna Édith Piaf a través de “La vie en rose”. Imposible mejorarlo.