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Pablo López, en completa sintonía con el público del Universal Music Festival

No era la primera vez que Pablo López actuaba con este formato de mínimos –voz y piano– en Universal Music Festival, pero eso tampoco restó atractivo a la convocatoria. Entradas agotadas para reencontrarse con el malagueño en el Teatro Real de Madrid y ambiente de velada grande en el preludio de su actuación. En la edición de 2018, ofreció un concierto generoso en el que demostró tener las tablas e inteligencia necesarias para lidiar con cualquier exigencia escénica, aprovechando los múltiples talentos que le han convertido en una de las grandes figuras del pop español contemporáneo. Volver a verlo en este contexto nos ha permitido comprobar que sigue ensanchando un repertorio siempre hermanado con la victoria.

Pasa el tiempo, pero los rasgos de identidad artística de López permanecen. Su aplomo instrumental y vocal le permite aventurarse con total libertad en el territorio de la interpretación, que en su caso es tan poco ortodoxa como efectiva. Ahí, en esa peculiar suma de interacciones, en ese diálogo permanentemente renovado con las canciones y con el público es donde el andaluz tiene pocos rivales, porque es capaz de convertir un amplio recital pianístico en show con nervio, contagioso y sonriente.

Esa vibración estuvo presente desde el principio. Comenzó el concierto recordando al tándem creativo Antonio Flores-Joaquín Sabina con algunas estrofas de “Pongamos que hablo de Madrid”, a la que pronto siguió “Vi”. Fiel a su acerado instinto escénico, no tardó en hacer partícipe a la audiencia, que enseguida se sumó a la celebración acompañándole con fervor en “El camino” y “La mejor noche”. Cuando volvió a recordar a Antonio Flores –breve fragmento de “No dudaría”– los asistentes transformaron el coro en clamor, antes de fundirse con “Me conocen”.

También acudió al infalible cancionero del maestro Joan Manuel Serrat –“Aquellas pequeñas cosas”– y le dio un buen repaso a toda su discografía, haciendo parada en hitos como “El niño”, “El mundo” o “Te espero aquí”, en firme conexión con la platea. Cuando convertía la tapa del piano en caja de ritmo –“Trece” o “Hijos del verbo amar”– los fans amplificaban la resonancia del compás con sus palmas.

La dinámica del concierto fue generosa: pudimos escuchar baladas como el clásico de Mecano “Me cuesta tanto olvidarte” o “Lo saben mis zapatos” –esta última levantó al público de sus asientos– además de composiciones fibrosas como “Suplicando”, “Barco a Venus” –de nuevo Mecano– o “Tu enemigo”, para concluir con “El gato” y una interpretación de “El patio” que selló de forma inmejorable el espectáculo. Fueron dos horas de comunión con sus seguidores, que en todo momento compartieron ese espíritu de celebración de la música y su infinito poder de comunicación.