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Pet Shop Boys. Inteligencia y hedonismo

Antes de empezar, en un Teatro Real de Madrid lleno hasta los topes, vemos camisetas delatoras: sobre la imagen de portada de “Super”, el nuevo álbum de Pet Shop Boys, el que impulsa esta gira y su correspondiente escala en el Universal Music Festival 2017, leemos “Happy Birthday, Neil”. Efectivamente, el cantante del grupo británico celebra su 63º cumpleaños sobre la tarima, a la vera del teclista Chris Lowe, sempiterno compañero de fatigas desde que el dúo echara a andar hace más de tres décadas, encarnando un repertorio ineludible para entender la evolución del pop electrónico a nivel global.

El arranque del concierto, el primero en suelo madrileño en mucho tiempo, resulta apabullante. Al despliegue luminotécnico y la estudiada puesta en escena –ojo a los tocados que van luciendo los protagonistas– se suma una acertada combinación de su cancionero más actual –“Inner Sanctum” y “The Pop Kids”– y algunos himnos primigenios como “Opportunities (Let’s Make Lots Of Money)” e “In the Night”. Y el público, por la labor desde el primer acorde, no tarda en responder. A la altura de esta última, cae el telón más cercano al proscenio –también los cascos de sus cabezas– para descubrir al trío de jóvenes teclistas-coristas-percusionistas que acompaña a la banda en directo. Otro subidón, perfectamente engarzado con esa joya disco que es “Burn”, primero, y con las exultantes “Love Is A Bourgeois Construct”, “New York City Boy” y “Sé A Vida E”, después, completando al alza el primer tercio de la actuación.

Tras la renovada versión de “Love Comes Quickly” –de su primer álbum publicado en 1986– siguieron con “Love Etc.”, fruto de su encuentro con el equipo de producción Xenomania, y “The Dictator Decides”, su particular “Otoño del patriarca”, ambas de mensaje preclaro y contundente, recordándonos que la propuesta del grupo –nacido en plena era Thatcher– ha equilibrado desde siempre hedonismo y comentario social con profunda inteligencia.

“West End Girls”, su primer hit, sigue tan lozano como siempre. Y canciones como “Home And Dry” hacen gala de una emotividad que resuena fuerte en el corazón de sus motivadísimos seguidores, que seguían dándolo todo desde las butacas y que respondieron con un extra de energía a esa declaración de principios artísticos y vitales que es “Vocal”.

En el tramo final, además del último giro de tuerca a la impactante escenografía, disfrutamos de una mano de canciones sin rival, ya que encadenaron “It’s A Sin”, “Let My Own Devices”, “Go West” y –ya en el bis– “Domino Dancing” y “Always On My Mind”, con todo el aforo del Real rendido a la evidencia de que su amplísimo cancionero –algunos hits quedaron en el tintero, pese a las casi dos horas de show– pervive por encima de cualquier consideración coyuntural o estilística. Un grupo clásico, no cabe duda, capaz de trascender la implacable acción erosiva del tiempo.